jueves, 10 de julio de 2008

Tomas el ortodoxo

TOMAS, EL ORTODOXO. Aida Bortnik
Tomás era un niñito muy prolijo. Tanto que casi no parecía un niñito.
Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado.Estaba siempre limpio y se iba a dormir cuando los niñitos tenía que irse adormir. Todos los juguetes estaban enteros, brillantes y en el estante correspondiente. Estaba tan preocupado por conservar sus juguetes que nunca jugaba con ellos.
Tomás era un niñito al que no inquietaba el vuelo de los pájaros ni el funcionamiento de su cuerpo.

Tomás era un joven muy disciplinado. Tanto que casi, casi no parecía un joven. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado, nunca intervenía demasiado. Estaba tan preocupado por repetir bien sus lecciones que nunca sabía de que estaba hablando.
Tomás era un joven al que no inquietaba el rotar de las estrellas, ni el bullir de su sangre. Estaba siempre del humor justo y trataba cortésmente a las mujeres, mayores,a los jefes y a los subordinados. Estaba tan preocupado por cumplir con todos sus deberes que nunca tuvo tiempo para saber qué significaban.

Tomás era un hombre al que no inquietaban el destino de la humanidad ni els ignificado de sus pesadillas. Tomás era un marido muy metódico. Tanto que casi, casi no parecía un marido. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca intervenía demasiado, nunca se comprometía demasiado, nunca daba demasiado. Cuando era preciso se disponía a hablar brevemente, durante el abrazo. Estaba tan preocupado por observar todas las reglas del matrimonio que nunca se le ocurrió disfrutarlas. Tomás era un marido al que no inquietaban los fantasmas de la felicidad ni los demonios, nunca daba demasiado.
Estaba dispuesto a juzgar y ordenar, sin olvidar los buenos modales.
Estaba tan preocupado por ejecutar todas las obligaciones de la paternidad que nunca pudo conocer a sus hijos. Tomás era un padre al que no inquietaban la frustración de sus sueños ni la posibilidad de una guerra.

Tomás murió una mañana de verano. Lo enterraron por la tarde. Por la noche comenzaron a olvidarlo. El Señor lo observó en silencio mientras escuchaba el minucioso relato de sus deberes cumplidos.
Después suspiró -suspiró el Señor, porque Tomás nunca suspiraba- y dijo: Cada siete días, cuando orabas prolijamente tus oraciones, sin olvidar ninguna palabra, yo esperaba. Como esperaron tus padres y tus hijos, tus maestros y tu mujer, tus compañeros y tus ángeles. Esperaba que preguntaras algo, que pidieras algo, que exigieras algo, que sintieras algo demasiado poderoso para ser controlado.
Esperaba que te encontraras o que te perdieras. Esperaba, como todos esperaron, que me necesitaras.
Pero me has dado a mí, regularmente, cada séptimo día lo mismo que has dado a la vida: una devoción vacía...
Tu eres el único fracaso imperdonable para la Creación: un hombre que no la cuestiona... "

Una vez que hayan leído el cuento les solicitamos reflexione sobre:
a- ¿Qué relación se puede establecer entre Tomás y el "alumno ideal" al que está orientada la educacion actual?
b- ¿Cómo tendríamos que actuar como docentes ?
c- ¿como vivimos nuestra experiencia como docentes, igual que Tomas?

Cuento aportado por Marcela del foro"educadorescreativos@gruposyahoo.com.ar"